Hay días en los que seres innombrables se cruzan en tu camino. Te ponen las cosas difíciles, no atienden a razones. Hay días en los que deseas ser verdaderamente malvada y poner una bomba que vuele la casa o la oficina de una persona, o toda una ciudad, o quizás un país entero, aunque sea pequeñito.
En esos momentos podemos realmente llegar a sentir odio. El primer impulso es gritar, decirle cuatro cosas a estos seres, mandarlos a cierto sitio, decirles a la cara lo idiotas que son, pero en algunos ambientes, como en el trabajo, desgraciadamente, hay que mantener las formas. En esos casos hay que decir las cosas educadamente, y con una bonita sonrisa en la cara. Y si aún así se empeñan, no dan su brazo a torcer, y ya no te queda más remedio que tragar, pues a tragar y a mantener la compostura.
Es muy importante en estos casos no dejarnos dominar por el odio. El odio es un sentimiento negativo que hay que erradicar. Es mejor pensar "no te odio, sólo te desprecio", y esperar pacientemente; y cuando haya problemas, que los habrá, aunque te toque a tí el marrón de solucionarlos, al menos podrás decir sonriendo "como ya te dije..."
Pero como la espera se hace dura, y es muy difícil contener los ataques de odio y de ira y mantener la compostura, hay que aprender técnicas de relajación para hacerla más llevadera: Respira profundamente... inhala, exhala... repite el mantra "soy un junco hueco, soy un junco hueco", inhala, exhala... con la mirada fija en el entrecejo; busca tu tercer ojo y mantente concentrada, inhala, exhala.... destierra todo pensamiento negativo de tu mente; déjala en blanco... y sobre todo, para acompañarte, ponte un poco de música relajante y terapéutica. La música cura el alma, escúchala, cántala, déjate llevar por ella: